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Javier Núñez

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Los agentes del último vagón

 

 

 


A Efraín Miranda

 

Escucho claramente los golpes en la ventana mientras espero mi muerte anunciada. Anoche tuve un sueño premonitorio que me ha causado mucha tristeza. Al despertar he llorado en silencio, sin testigos, por mi inminente partida. Mi suerte está echada: ha llegado mi fin. En unos minutos emprenderé el camino a la eternidad. Mi cuerpo de noventa años ya no da para más: la vida se me está acabando gota a gota. Según mi sueño, vendrá María Isabel y me matará sin piedad. Pienso que me dejará sin aire con la correa de mi pantalón, o quizá me golpeará la nuca con algún objeto pesado, o a lo mejor me clavará una daga en el pecho. De esta noche no paso, de todas maneras ella me va a liquidar.

Los golpes a la ventana son insistentes. Parece que son varios sujetos que interrumpen mi sueño. Tengo la sensación de que también están golpeando la puerta. A ratos pienso que tal vez sea María Isabel. De ser así, no me convendría abrir la puerta, pues sus intenciones no deben ser buenas. Sigo tendido en esta cama sin hacerles caso, mirando las siluetas de personas que se mueven tras la ventana. Quiero sumergirme en un sueño profundo pero no puedo. 

Es verdad que publiqué tres poemarios, leí con fervor a los poetas vanguardistas, gané algunos certámenes literarios. También es cierto que me hacen homenajes, convocan a congresos para hablar sobre mi obra… Ahora estoy escribiendo un poemario, a duras penas, es que no veo, tengo que utilizar lupas de distintos tamaños. Quiero llegar a cien poemas y publicarlo, pero no puedo terminarlo, se me hace difícil. Cuando lo acabe debo guardarlo bien, es que hay personas malas que quieren robar mis poemas, quieren piratearlos, quieren copiarlos; lo que pasa es que todo el mundo quiere escribir como yo. Hace poco, un profesor de una universidad de Puno intentó piratear dos de mis libros, sin consultarme. Fui a quejarme a Indecopi y no conseguí  nada… Después, ese profesor vino en persona a verme y pedirme autorización. Le dije que no se puede, que tengo que proteger mis obras hasta mi último día. Si lo publicas, le advertí, te responsabilizo; te pido dinero y te mando a la cárcel… El profesor se fue sin despedirse. Cerró la puerta con rabia y desapareció…

Han dejado de molestarme los intrusos. Me parece que eso está bien. Seguramente regresarán más rato… Me pregunto qué estarán planeando. Tal vez echar abajo la puerta y entrar a la fuerza. A lo mejor se han confundido de casa y se han marchado definitivamente…  

A veces pienso que debí haberme casado y formar una familia. No hay nadie en esta casa, ni siquiera alguien que, al menos, me alcance un vaso de agua. Estoy completamente abandonado. No tengo hijos ni parientes cercanos. Sólo tengo a Yesi, hija menor de mi sobrina Carla. Yesi tampoco entra a verme. Seguramente pensará que mi cuarto es guarida de fantasmas. Ella me trae la comida con una puntualidad eclesiástica. Me alcanza el portaviandas por la ventana de la calle y se aleja corriendo… Mi desolación es infinita, y mi soledad aún mayor… He perdido la memoria, me cuesta reconocer a la gente. He olvidado las notas musicales, no puedo tocar la guitarra. Tampoco puedo vestirme. No veo ni escucho bien. Es triste…, realmente muy triste…

Aunque no estoy completamente solo; hay alguien que me visita a menudo. Convivimos desde hace tiempo. Entra por la ventana para acomodarse a mi lado. Es una criatura que no habla, sólo se limita a irritarme. Me lo ha destrozado todo. Ha roto mi guitarra, ha doblado el marco de la ventana. No me deja cambiar de canal…, se entremete en todo lo que hago. En verdad, es un estorbo; no me deja en paz. Le hablo, no me contesta. Le pregunto cómo se llama, quién es. No dice nada… Siento que se mueve. Sé que es una mujer. Pero de quién puede tratarse. Hice una relación de nombres para identificarla. Le dije que diera un golpe a la mesa si acertaba el suyo. Entonces empecé a pronunciar todos los nombres que tenía escritos. Por fin logré identificar a la intrusa. Es María Isabel. Viene de la cuarta dimensión a matarme. Nosotros estamos en la tercera dimensión. Una vez la vi en forma de esfera dirigirse hacia la puerta. Luego desapareció sin darme tiempo para detenerla. Vive en esa puerta. De ahí sale a destrozar mis cosas, a hacerme la vida imposible… Me quiere matar, no hay duda. La otra vez me empujó al piso y me rompí una costilla. También me hirió la cabeza. Es verdad que fuimos enamorados hace sesenta y pico años. Nuestra relación se terminó por su maldita culpa. La esperé toda la vida sin fijarme en ninguna mujer… Sería estupendo si ahora viniese a platicar, a recordar los años que fuimos jóvenes… Pero no… Ha regresado a matarme…

Otra vez están golpeando la ventana. Me armo de fuerzas y les digo que pasen, que la puerta está abierta… Quiero darles la cara: a ver qué quieren… Acaban de entrar en mi cuarto. No los reconozco; tampoco me interesa reconocerlos. Son cuatro hombres desconocidos. Seguramente son los agentes del último vagón que me llevará a la eternidad. Me imagino que llegaron en un carro con lunas polarizadas. Quizá en uno de esos autos que usan los sicarios. Seguramente se apearon en la plaza de Armas. Luego subieron por una calle estrecha. Después de caminar tres cuadras encontraron mi casa. 

Llevan algo en la mano, colgado al hombro; seguramente son metralletas. Tienen la cara sanguinaria, la mirada extraña; son asesinos a sueldo, no hay duda. Parece que me van a despachar al infierno a balazos. María Isabel los contrató; son sus matones. Pero ¿por qué no vino ella en persona a matarme? ¿A qué teme…? Los cuatro sicarios están mirándome con sus ojos asesinos. Me dicen algo que no logro entender… ¿Cuánto les pagó por este trabajo?, les digo. ¿No tienen lástima de este viejo que se morirá solo? ¿Por qué vinieron armados como si yo fuera un sujeto peligroso? Yo ya no puedo ni levantarme de la cama. Me veo tan débil, enfermo, que voy a desplomarme en cualquier momento.

Uno de ellos me abraza con afecto fingido. Pienso que me va a clavar un puñal en la espalda. No acepto golpes bajos, le digo. Me dice algo que no logro entender, quizá, hasta nunca, viejo. Pero ¿a qué hora van a utilizar sus metralletas? ¿Qué información quieren sacarme? Yo no sé nada del último robo que sufrió el Banco Continental. No soy ningún cómplice de los asaltantes. No sé nada de las últimas elecciones fraudulentas. A estas alturas de mi vida ya no me interesa la política. Pero ¿qué quieren estos intrusos?, ¿por qué violaron mi domicilio? Háganme el favor de disparar contra mi cuerpo, les digo. Quiero subir de una vez al último vagón que me llevará a la eternidad. Ninguno se atreve a liquidarme. Soy culpable, les digo, yo fui quien planeó el atentado contra el Presidente. Matadme, les ordeno, me lo merezco… Los espíritus no existen, tampoco la cuarta dimensión, dice uno de ellos. Es su imaginación, maestro, dice el más joven. Nosotros no somos sicarios, aclara el tercero, somos sus amigos… Y el cuarto intruso añade, le hemos traído la medalla de honor que le concede el Gobierno Regional…

 

 

 

 

Novedades

En el marco de la Festividad de la Virgen de la Candelaria, la UNA-Puno presentó Vírgenes y herejes de Javier Núñez, el pasado 2 de febrero en la Casa de la Cultura (Puno).

 

Vírgenes y herejes ganó el I Premio Nacional de Novela “Ciudad Incontrastable 2011" en Huancayo. 


Virgenes y herejes

Laberinto

 

¿Quién mató a Gabriel del Villar?:

es el misterio a desvelar

 
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